El abstencionismo en
Colombia nos sigue diciendo muchas cosas a gritos. También sigue tomando -por
vía de la omisión-, las decisiones más trascendentales de la democracia
colombiana. El 2 de octubre de 2016, más del 60% de los colombianos votantes no
manifestaron su decisión frente al Plebiscito para refrendar el acuerdo suscrito
entre el gobierno y las Farc; por ello, solo 6.424.385, de los 34.899.945 aptos
para votar, optaron por un No a la refrendación. En el exterior, la abstención
alcanzó un 87%.
Para que todo suceda,
debe haber una causa generada por un responsable que desata consecuencias.
Quién o quiénes entonces son los verdaderos responsables de las grandes
consecuencias que abaten al país con sus males?. Los responsables de la pobreza
social, de la corrupción, de la venta del país, de los TLC, del sistema
tributario injusto, del narcotráfico, de la aparición de las guerrillas, de la
irrupción del paramilitarismo, de la delincuencia común, del hueco fiscal, del
pasivo pensional, del desmonte de la producción nacional, del inhumano sistema
de salud, de la quiebra del sector agrícola, de la exclusión social y política
del ciudadano, de los fraudes electorales, y como no, del abstencionismo
histórico que en los últimos 100 años registra un promedio del 53.7%.
De una sola causa histórica
han emanado todos estos males para el país y por acción de un responsable
concreto: la violencia política basada en el genocidio sistemático de Estado,
originada por la clase dirigente nacional que ha gobernado Colombia. Dirigencia
que ha demostrado su absoluto desdén por hacer progresar el país, pero a la
vez, ha demostrado su infinita capacidad para enriquecerse del mismo. Aún sigue
pendiente un juicio de consciencia por la responsabilidad histórico-política de
las estructuras partidistas que generaron la división ideológica que enfrentó a
un pueblo hermano y lo empujó a matarse entre sí. ¡¡Qué astucia!!: la mejor
manera de aniquilar un pueblo, es provocar que se aniquile a sí mismo, sin que
este sospeche en lo más mínimo de su verdugo y que además le otorgue el poder
de gobernarlo.
Es la misma
responsabilidad que le asiste hoy a estas plutocracias de derecha, de centro y
de izquierda, que nos dividen ya no bajo el rótulo de azules o rojos, sino bajo
el manto de los “amigos” (Sí) y los “enemigos” (No) de la Paz. Por ello los
colombianos debemos superar con creces, el SINO
del bipolarismo que han volcado sobre el país, los verdaderos responsables de
la guerra, entender que la lucha armada (ya sea de izquierdas o derechas), no
es el origen de la violencia generalizada, sino la consecuencia directa de la
violencia y la exclusión estatal promovida por la dirigencia política nacional.
La realidad del país nos debe enseñar a nunca esperar nada mejor de ninguno de
sus dirigentes.
Este crucial e
histórico momento es un inmejorable escenario para evitar que las élites nos
repitan otro frente nacional (la gran dictadura con careta democrática), y para
que nos encaminemos por fin, al hito histórico que tanto ha sido aplazado: que
Colombia sea gobernada y colonizada por quienes verdaderamente la aman, por su
propio pueblo, el que tiene en sus manos por mandato constitucional, el poder
originario supremo de mandar. Este es el llamado providencial de la historia,
al cual como pueblo, debemos responder con la grandeza de nuestra unidad, para
dibujar un modelo estructural de nación distinto, en el que se cambie la
doctrina Monroe por la doctrina criolla: Colombia para el pueblo colombiano. Este
quizá, sea el verdadero premio noble (no Nobel) de Paz para todos.
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