Llamamos miedo a un sistema de alarma de nuestro cerebro que se activa cuando detecta una posible amenaza real o supuesta, presente, futura o incluso del pasado. Se trata de una respuesta útil y adaptativa que conlleva cambios en el funcionamiento de nuestros comportamientos, pensamientos y cuerpo.
Si bien el miedo se genera en el cerebro, no es producto de un acto de pensamiento o intelectual; el miedo obedece a un instinto elemental para la supervivencia pues hace que las personas actúen de inmediato ante una situación de riesgo, en especial si es de muerte.
El miedo, la emoción que se convierte en un sentimiento
Los seres humanos nos encontramos en la eterna búsqueda por entender cómo funciona la mente, queriendo entender además, el más grande misterio, “las emociones”. El término emoción se refiere a un movimiento o impulso, “aquello que te mueve hacia”, es sentir la motivación de hacer algo, cambiar rutinas, empezar de nuevo.
Pues bien, teniendo en claro que el miedo es una emoción, surge la incógnita de dónde se origina ?
En los últimos años, el estudio de las bases neurobiológicas del miedo se ha centrado en una región cerebral concreta: la amígdala, una pequeña estructura alojada en el seno del sistema límbico (nuestro «cerebro emocional»). Esta área desempeña un papel clave en la búsqueda y detección de señales de peligro. Se podría decir que trabaja de forma análoga a un detector de humo: permanece inactiva hasta que el más mínimo estímulo amenazante la pone en marcha.
Debemos tener presente que las emociones tienen diferentes patrones, y que éstos se encuentran en nuestro sistema nervioso autónomo el cual conscientemente no se puede controlar.
Para conocer el origen del miedo, y por qué se hace presente en nuestra vida, se debe tener claridad que el miedo es una emoción la cual se ve transformada en el momento en el que racionalizamos, ahí se convierte en un sentimiento.
Afirma el Dr. Andrés Villarreal, especialista en neurocirugía del Centro Médico Imbanaco que cuando la amígdala se activa al detectar un posible peligro se desencadena la sensación de miedo, y su respuesta puede ser la huida, el enfrentamiento o la paralización. El miedo produce cambios inmediatos en nuestro cuerpo como por ejemplo: se incrementa el consumo de energía celular, aumenta la presión arterial, los niveles de azúcar en la sangre y la actividad de alerta cerebral.
A su vez, se disminuyen o se detienen las funciones no esenciales, se incrementa la frecuencia cardiaca y la sangre fluye a los músculos mayores especialmente a las extremidades inferiores en preparación para la huida; se inicia una cascada hormonal desde el hipotálamo a la hipófisis y las glándulas suprarrenales, incrementando los niveles de adrenalina y cortisol. Estos cambios en el organismo vienen acompañados de modificaciones faciales como: apertura de los ojos para mejorar la visión, dilatación de las pupilas para facilitar la admisión de luz, la frente se arruga y los labios se estiran horizontalmente, explica el especialista.
Posteriormente, como nuestro cuerpo ha activado partes del cerebro implicadas en este proceso, nos ponemos en estado de alerta y, en algunos casos, actuamos rápido y con una supuesta valentía. Esta reacción es similar al estrés, ya que enfoca nuestra atención a unos pocos estímulos y pone en funcionamiento máximo a nuestra mente.
Este estado de alerta es el causante de los trastornos del sueño, como el insomnio, en las personas con fobias o ansiedad generalizada.
El miedo nos quita poder, cuando tenemos miedo se produce una serie de mecanismos en el cuerpo como el que se opaque nuestra visión, que la sangre se vaya a las extremidades, no podemos pensar, los órganos no funcionan bien, y en ese estado se pueden hacer muy pocas cosas. Las consecuencias del miedo sobre la mente pueden ir desde el agobio, el malestar, el estrés y hasta la derivación en insomnio, ataques de ansiedad, una baja autoestima, pérdida absoluta de confianza, inseguridad, vulnerabilidad o culpabilidad.
Esto puede provocar que nos paralicemos o actuemos de una manera poco eficaz para las situaciones que se perciben como amenazantes.
Miedo, vergüenza, ansiedad, frustración o culpa.
A lo largo de nuestra vida, estas sensaciones conviven con nosotros en multitud de situaciones en las que nos vemos involucrados. Son sentimientos negativos que nos producen una gran inseguridad, dominando y definiendo nuestra vida gran parte del tiempo. Sin embargo, el problema no radica en el miedo, sino en cómo percibimos, entendemos y gestionamos esas emociones.
Conocer y aceptar nuestros miedos es el primer paso para poder enfrentarnos a ellos y trabajar en superarlos. Pensar que en muchos casos, los miedos no son nuestra responsabilidad, pero depende de nosotros desprendernos de ellos.
Desde la infancia hemos aprendido a vivir con miedo y por ello nos hemos acostumbrado a vivir con ellos. Enfrentarnos a ellos no es una tarea fácil, pero es el camino para dominarlos y poder llevar la vida que queremos y nos merecemos.
Y bueno, una vez que hemos identificado plenamente lo que es el miedo, pues ahora nos toca aprender a superarlos y vencer nuestras inseguridades.
Y para tratar correctamente esta emoción, es importante prestar atención a nuestro cuerpo y manejar nuestros pensamientos, y así evitar que estos se nos desborden y terminen por aparecer efectos físicos y psicológicos.
Si vemos que la manera de responder ante un peligro no es eficaz, pues no sentiremos mal, e incluso culpables, por no tener una conducta adecuada a la situación. Y en ese caso, debemos mejorar nuestras estrategias de afrontamiento, podemos utilizar técnicas de control emocional para manejar mejor las situaciones de miedo y ansiedad, y lo mejor es enfrentar nuestros propios miedos, agarrar al toro por los cuernos, y continuar en nuestro trabajo interior en el día a día para fortalecernos espiritualmente y tomar el aprendizaje que cada experiencia nos deje para mejorar.
Lily Montes
San Luis Potosí, México 07 de Julio 2022